miércoles, 19 de mayo de 2010

angie


Las lágrimas que simulaban deslizarse gota a gota por su rostro estaban secas. Secas porque no existían, porque se habían acabado. Ya no había más. Le había sido extremadamente difícil acostumbrarse a sacar la fuerza suficiente cada madrugada para poder sacar de su interior todo lo que una vez no tuvo que haber entrado, pero lo había conseguido. Por fin había conseguido acostumbrarse a no poder asumirlo. Lo que nunca fue capaz de imaginar es que fuera más duro sufrir sobre seco que sobre mojado.


1 comentario:

Punto cuadrado dijo...

Si está mojado lo malo resbala